En un principio, los miembros de la iglesia primitiva no se identificaban como “cristianos”, en contraste con los judíos y los paganos.
En general, se referían a sí mismos como seguidores del Camino (Hechos 9:2; 19:9, 23; 22:4), discípulos (Hechos 6:1, 7), creyentes (Hechos 1:15; 2:44) o la iglesia de Dios (Hechos 9:31; 1 Corintios 1:2).
Los líderes de Jerusalén los catalogaban como la secta de los nazarenos, y las autoridades civiles del oriente como cristianos, por considerarlos una rama mesiánica dentro del judaísmo (Hechos 24:5; 11:26).
No fue sino hasta Ignacio de Antioquía, en el primer cuarto del siglo II, que los seguidores de Jesús comenzaron a identificarse como cristianos y a concebir el cristianismo como algo separado del judaísmo y de la cultura grecorromana.
En Judea, los seguidores de Jesús eran considerados una secta mesiánica judía que se había desviado del mismo judaísmo, por su creencia de que Dios había traído liberación e inaugurado el Reino en la vida, crucifixión y resurrección de Jesús de Nazaret, el Mesías elegido de Israel.
En los orígenes de la historia del movimiento de Jesús, las iglesias primitivas eran un movimiento claramente asociado con las comunidades judías, tanto en Judea como en la Diáspora; pero también ganó un número grande de convertidos gentiles, que rápidamente empezaron a cambiar la constitución étnica y el ethos de sus asambleas.
Dicho esto, sin embargo, de manera muy temprana comenzaron a verse las primeras fisuras que, con el tiempo, conducirían a la separación de caminos entre el cristianismo y el judaísmo, en los años posteriores al 70 d.C.
Pablo podía identificarse como un seguidor del Mesías judío, aun reconociendo la distinción entre la iglesia de Dios, los judíos y los gentiles (1 Corintios 10:32).

Cuando los seguidores de Jesús llegaron a Roma, inicialmente fueron identificados junto con las comunidades judías de la ciudad.
Consecuentemente, se dio la expulsión de los judíos seguidores de Jesús, ordenada por el emperador Claudio en el año 49 d.C., la cual fue considerada como la expulsión de ciertos judíos de la ciudad, a causa de disputas sobre un tal Chrestus —un latinismo que significa Cristo.
Sin embargo, menos de veinte años después, el emperador Nerón emprendió una persecución contra los seguidores de Jesús en Roma, en el año 64 d.C., persecución que fue dirigida contra un grupo identificado expresamente como “cristianos”, quienes ya se distinguían de los judíos y fueron culpados por el gran incendio de Roma.
Es precisamente esta matriz judía de la iglesia primitiva que explica los varios puntos de contención entre los seguidores de Jesús en sí mismos y que dirigió a la formación de una distintiva identidad cristiana. En muchos casos los debates en las iglesias primitivas giraban en torno a preguntas como acerca de cuánta novedad tenía el nuevo pacto, cómo la presencia incipiente del Reino transformaba la forma de vida judía, si los gentiles debían convertirse en prosélitos judíos mediante la circuncisión para ser discípulos de Jesús, y cuánto de la Torá debía ser obedecido por los seguidores en la era mesiánica.
En cierta forma particular los seguidores de Jesús no eran ni judíos ni paganos, sino algo distinto, una “tercera raza” en el lenguaje de Arístides en el segundo siglo.
El autor pagano Cecilio llamó a los cristianos una “sociedad oscura”, en referencia tanto a su status como outsiders como a la extraña forma de vida que llevaban, adoptando elementos de la tradición judía pero también interactuando con el mundo helenístico.
Los seguidores de Jesús no empezaron como cristianos, pero se convirtieron en cristianos a medida que desarrollaban un ethos y una forma de vivir propios, y a medida que el tiempo pasaba representaron una mutación mesiánica de la tradición judía así como un rechazo a la cultura religiosa del orden imperial.
Y de esta forma fue como los seguidores de Jesús, desde Galilea y Judea, eventualmente se convirtieron en cristianos a lo largo del Imperio romano.

